Reportaje DB: Di María, el último 'cromo' del PSG

Reportaje DB: Di María, el último 'cromo' del PSG

En Concha Espina levantó pasiones para lo bueno y para lo malo pero, sobre todo, dejó, como él recuerda con cariño, la añorada Décima.

Estrellas ondeando, un himno, focos y cracks. Es octubre, inicios de curso, y a tantos meses de que tachemos los días decisivos de abril y mayo en el calendario futbolísitco, ya tenemos un doble duelo entre candidatos a levantar la Champions. PSG-Real Madrid, con el primer encuentro en el Parque de los Príncipes. Un club capitalino sin excesivo peso histórico pero convertido en nuevo rico que aspira a todo frente al aristócrata por excelencia de la competición.

 

El mundano capricho de construirse un equipo con los mejores jugadores del mundo ha hecho del PSG una potencia emergente. Los millones del jeque Al-Khelaifi han ido comprando billetes de avión con destino a París para jugadores de la talla de Ibrahimovic, Thiago Silva, Cavani o Verratti. Este año ha llegado al gigante de la Ligue One Di María, el jugador que más dinero ha movido en traspasos en la historia del fútbol con Jorge Mendes de por medio, como no podía ser de otra manera.

 

El último cromo del dueño del PSG, tras un año ahogado en la lluvia del fútbol británico y el desgobierno de un Manchester United aún más anárquico que él, volverá al feudo dónde se encumbró como un jugador diferente a los ojos del mundo. En Concha Espina levantó pasiones para lo bueno y para lo malo pero, sobre todo, dejó, como él recuerda con cariño, la añorada Décima.

 

Llegó del Benfica como un extremo con gran desborde, ostentando una endiablada velocidad, con una zurda prodigiosa y una pierna derecha con la “unifuncionalidad” de soportar el liviano peso del menudo argentino. De ahí su habitual recurso marca de la casa: la rabona. Prefería centrar desde la línea de fondo con la zurda, fuese en el escorzo que fuese, antes que colgarla con su “pata tonta” y el resultado le solía dar la razón. Con Mourinho primero y Ancelotti después, Di María hizo irrisoria la cifra de 35 kilitos al lado de los 75 que le pusieron rumbo a las islas tras sus años de blanco. Por 63 millones huyó de Old Trafford este mismo verano tras una pequeña devaluación como diablo rojo.

 

Junto a los Özil, Cristiano y la dicotomía Higuaín-Benzema de aquellos años, hicieron del contragolpe su forma de vida y sentaron cátedra a las órdenes del técnico de Setúbal de cómo se lleva un contraataque. En opinión propia, el mejor contragolpe que se ha visto en los últimos tiempos. La velocidad en banda del Fideo y de Cristiano, la velocidad en conducción con espacios y la visión de Özil y, o bien la voracidad de Higuaín, o bien la pausa y la clase de Benzema, devolvieron a los blancos a la pugna por el cetro continental. Un estilo de juego que compartía con Di María el amor por el vértigo.

 

Se fue Mou, se fue también Özil y se marchó Higuaín el año que aterrizó Ancelotti. Además, Florentino se empeñó en poner tres cifras en el cheque exigido por el Tottenham para traer a Bale y, por consiguiente, en sentar a Di María por la posición en el campo de ambos. Aquel fue el año de la peor cara del argentino. Empezó sin ser titular, jugando a medias y con mucho descontrol. Fallón en el pase, sin tino en el regate y pasado de revoluciones. También fue el año en el que se “acomodó” su virilidad frente a un público que le exigía otra actitud. Entonces se produjo el cambio. Ancelotti, en lo que supuso uno de sus grandes aciertos en el Madrid, le situó más atrás, en una línea de tres en el medio del campo junto a Módric y Xabi Alonso y ahí el nuevo Di María se salió.

 

Fue y sigue siendo un jugador de desborde característico de la banda, ese lugar donde arrimándose a la cal se envalentona para encarar y jugársela frente al defensa. Pero contaba con algo más; anarquía táctica, una elevada implicación en la presión y un ritmo de juego desenfrenado que Ancelotti vio idóneo para su centro del campo. Allí,  apoyándose en la jerarquía y la lectura táctica de un guardaespaldas como Xabi Alonso, supo explotar a la perfección el papel de agitador de partidos que Carletto le otorgó. El alocado desorden que desquiciaba en ocasiones al Bernabéu, se convirtió en arma perfecta para romper pizarras rivales con desbordes típicos de extremo en zonas de mediocentro. Que se lo digan a Simeone, el cual señaló al Fideo como el mejor jugador del Madrid. Precisamente contra el Atlético en Lisboa fue el explosivo que reventó a los colchoneros con un partido soberbio y una jugada en el gol de Bale a la que Courtois le impidió la entrada en el museo de los goles más bellos de la Champions.

 

Su polémica salida del Madrid ese mismo año no evitó que se fuera ovacionado en su último partido allí. Muchos no olvidan que él fue de lo mejor del Madrid de la Décima, un perfecto componente de, para muchos, el mejor contragolpe del mundo, el autor de aquel gran centro a Cristiano frente al Barça en la final de Mestalla, el que desencajó la cadera de Puyol en el Camp Nou con una finta y una arrancada sublimes… Lo que a veces ningún aficionado tenemos en cuenta, es que los futbolistas son personas. Parte de su último año en Madrid y del último de Mourinho, Di María sufrió una terrible situación personal como fue la grave enfermedad de su hija. Esa desgracia que llevó en secreto coincidió con la época más gris del argentino en el Madrid.

 

Quizás, esa exigencia a la que no llegaba por algo personal precipito su salida del conjunto blanco y ha hecho posible que ahora sea amenaza para su ex en el multimillonario ejército galo. Y es que, a veces, a pesar de que los futbolistas son tratados y valorados en negocio como maquinaria de precisión y de alta tecnología, son personas con una situación personal y a las que les afectan las cosas de la misma forma que al resto de mortales. Un partido ante la crítica mundial y la máxima exigencia supone para ellos un día más en la oficina.

 

Ahora Di María, dos años después de dejar la Orejona en Madrid y vestido de azul marino parisino, vuelve a verse con el Madrid. El ángel quiere ser diablo en este doble enfrentamiento pero no se olvida de lo que vivió en la capital española. Mendes debe gran parte de su fructífero negocio con Di María a la relación entre el argentino y el Madrid. Él ya ha declarado que si marca no lo celebrará y es que le debe mucho al conjunto blanco.

 

Iñigo Esteban, Bilbao