Reportaje DB | Resaca del Clásico: Nuevos tiempos, viejos partidos

Reportaje DB | Resaca del Clásico: Nuevos tiempos, viejos partidos

Puede ser que encender el televisor a las 18:15 del pasado sábado ya supusiese todo un cambio para el que fuera a consumir el mejor partido del planeta. Para mí resultó chocante, desde luego

Sobre el tapete del Santiago Bernabéu el árbitro y sus auxiliares compartían protocolo y  marco de foto con dos “novatos” en lo de portar brazalete como son Iniesta y Ramos. Ni Casillas ni Xavi, amigos, compañeros, pacificadores y parte de este duelo durante tantos años estaban allí.

 

En los últimos años Mourinho y Guardiola, ególatras ambos a su manera,  dotaron al ya picante Clásico de una fuerte dosis de morbo, de tensión y, en ocasiones, de actitudes propias de pachanga de suburbio marginal. Messi y Cristiano enfrentados como recurso estrella de sus respectivos técnicos para ejecutar el jaque-mate de cada pizarra. Incluso el estilo era motivo de duelo a muerte. Una pugna entre identidades futbolísticas tan dispares como el tiki-taka y el contragolpe, un choque cultural en el que se llegaban a enfrentar valores tan económicos como la producción y elaboración propia de un producto único y catalán frente al capitalismo y a la inversión millonaria en productos foráneos rentabilizados a posteriori con merchandising.

 

Eran otros tiempos, muy cercanos a los actuales en las fechas. De hecho, hay varias cosas que no han cambiado, ¿verdad, Florentino? Quizás su dañina afición interior de fichar cual jugador del FIFA y  su omnipotencia para hacer de entrenador-mánager-director deportivo sea el mayor mal que mantienen los blancos. Eso unido a que Benítez, poco querido a su llegada y con la soga al cuello tras el 0-4 del sábado,  no quiso o no pudo morir con sus ideas. Entre ellas la idea que estaba siendo de lo mejor del equipo, que es de su agrado, que se llama Casemiro y que (nadie sabe porqué) no jugó el Clásico.

 

Luis Enrique por el contrario arrolló siguiendo en lo que cree. Guardiola llevó a la excelencia un estilo y una forma de juego. Elevó exponencialmente el defender y atacar con el balón y priorizó el trato y la posesión del esférico a cualquier otro concepto. Tanto que ese romanticismo táctico le penalizó en momentos concretos otros aspectos tan importantes como el juego aéreo. Ahí empieza el mérito del asturiano, que amoldó su estilo el año pasado a sus tres tenores ofreciéndoles otras opciones de juego y otras variantes además de la posesión. Entendió que si los tres cracks blaugranas golean y maravillan ante y entre defensas superpobladas, dar el balón al equipo rival en ocasiones para recuperarlo con metros por delante para Messi, Suárez y Neymar es un lujo para ellos y un placer para el espectador. Se disfraza de presa para recuperar el balón y convertirse en depredador al instante y en el mejor escenario posible. Luis Enrique también contragolpea y lo hace muy bien. E incluso el juego aéreo ya no es el claro punto flaco del Barça. Que se lo digan al Madrid, que ya sufrió a Mathieu el año pasado en jugada ensayada y que no consiguió llevar peligro en uno de sus fuertes este pasado fin de semana. 

 

Aún así el Barcelona de ahora también desea el balón y quiere tenerlo, como antaño. Ahora, cuando lo pierde vuelve a tener la voracidad de antes para desearlo de nuevo al instante con una presión perfecta. Que se lo digan a Modric en el segundo tanto.  Ya no está el canalizador de todo como es Xavi pero sí Busquets, pulpo con esmoquin que roba, tira paredes y ocupa metros y metros de campo de la forma más inteligente. El recital de Iniesta fue de los de antes también con un gol sublime y un pase de fantasía a Neymar, previa frenada y estético giro marca de la casa. Salió ovacionado y no fue para menos. Y qué decir del partido de Sergio Roberto, el último producto de nivel de la Masía, que ha pasado de incontable con Luis Enrique, allá por agosto, a jugón seleccionable por Del Bosque. Incluso la portería, dónde no solo vale parar sino que también se exige jugar, mantiene la esencia de la V de Valdés con el chileno Bravo.

 

El Madrid con un once de Playstation, incoherente para con su entrenador y placentero para su presidente fue una osadía mal presentada y preparada a manos de un Barcelona que mantiene lo de antes y lo complementa utilizando los demás palos de la baraja. Nunca se sabe cómo habría ido el partido de otra forma pero Benítez podría haber sido fiel a sus principios. Mejor hubiese sido caer en el frente de batalla que batiéndose en retirada y alcanzado por la espalda. Mourinho también pecó de lo mismo en su día con un doloroso y doloso 5-0 pero no tropezó con la misma piedra. Podrá discutirse la plasticidad del trivote o no pero le dio ciertos réditos ante un Barça al que por aquel entonces no le podías jugar de tú a tú. Ahora, o por lo menos hasta el sábado, parecíamos estar en otros tiempos, más igualados en lo que se refiere a sentimientos de afecto por el balón y la necesidad de estar con él de ambos equipos. Incluso, entre rumores, lesiones y  cambio de posiciones, los dos protagonistas de los últimos años parecen ir llegando al fin de su rivalidad en los Madrid-Barça. Messi, que salió a medio gas, apenas intervino y delegó en dos cracks que, a diferencia de Ibra o Villa, sí han sabido como contentar en el campo y fuera de él al astro argentino. Cristiano, silbado, parece llegar al ocaso de sus días de blanco, empujado al centro del área y peleado con su mejor amigo; el gol.

 

Mucho ha cambiado todo desde el pasillo blaugrana al Madrid, desde el histórico 2-6, desde las visitas del Barça de Pep con cartel de gran favorito al feudo blanco. Entre otras cosas, las finales de Copa, alguna que otra destacable aparición de Cristiano, la ilusionante y merecida victoria del año pasado en Chamartín al son de Modric, Isco, James y Kroos. Han cambiado incluso los ilustres capitanes de los últimos años. Pero lo que no se imaginaba nadie para este sábado es que el resultado fuese a ser el de otras épocas. El Madrid desfigurado, traicionado por su presidente y por su entrenador y humillado al antojo de un Barça 2.0.

 

Iñigo Esteban, Bilbao