Camilla Parker Bowles deja en muy mal lugar la Casa Real, por su egoísmo
La reina Camilla ha dejado de pensar en el bien general
En plena tormenta económica que golpea con fuerza a millones de familias británicas, Camilla Parker Bowles ha decidido desmarcarse de las recomendaciones de discreción que le pedían desde el Palacio de Buckingham. Mientras Carlos III mantiene sus veranos austeros en Escocia, la Reina consorte se ha marchado sola a Grecia para disfrutar de unos días de lujo a bordo de un yate valorado en 34 millones de euros. Un gesto que no solo indigna, sino que evidencia hasta qué punto su prioridad no es la Corona, sino ella misma.
La embarcación, propiedad del magnate Wafic Said, es sinónimo de poder, ostentación y conexiones políticas poco cómodas para la monarquía. Pero nada de eso parece importarle a Camilla, que se deja ver sonriente, relajada y ajena a cualquier crítica. Sus asesores, según han filtrado fuentes próximas, le insistieron en la necesidad de evitar este tipo de escapadas, precisamente para no dinamitar la imagen de sobriedad que Carlos III intenta proyectar en una época marcada por los recortes. Sin embargo, Camilla ha hecho caso omiso, fiel a un carácter descrito como egoísta y obstinado.

Camilla solo piensa en ella
Y es que en el fondo, la Reina sabe que su posición en la Casa Real es frágil. Es consciente de que cuando Carlos III falte, su futuro en la institución será limitado, si no inexistente. De ahí que, lejos de cuidar la percepción pública, prefiera aprovechar cada oportunidad para vivir como desea, sin medir consecuencias ni pensar en la opinión de los británicos. Una actitud que no solo la enfrenta a la sociedad, sino también a su propio círculo cercano, que cada vez ve más difícil contener los daños de sus decisiones.
De este modo, mientras el Rey insiste en reducir el coste de la monarquía y enviar mensajes de austeridad, su esposa dinamita esos esfuerzos con imágenes que recorren los tabloides del mundo entero. Un viaje privado, sí, pero financiado con un dispositivo de seguridad costeado con dinero público, lo que agrava todavía más la polémica. La percepción general es clara: mientras el pueblo aprieta el cinturón, Camilla disfruta del sol mediterráneo sin preocuparse por nada más.
Así pues, la brecha entre Carlos III y Camilla no es solo geográfica ni emocional, sino también simbólica. Él lucha por mantener la dignidad de la Corona en tiempos difíciles, y ella decide vivir como si nada le afectara, consciente de que su reinado personal terminará con el último suspiro de su marido. Una apuesta arriesgada que la pinta, una vez más, como una figura ajena al sentir popular, egoísta y empeñada en mirar únicamente por sí misma.