Charlene de Mónaco ha estado evadiendo impuestos de forma regular, como Letizia
Charlene vive en Mónaco por sus nula carga fiscal

La historia de Alberto de Mónaco y Charlene Wittstock nunca fue de cuento. Desde el primer día, las cámaras captaron más incomodidad que ternura, más distancia que complicidad. Hoy, con el paso del tiempo, todo apunta a lo que ya muchos intuían: lo suyo no es amor, es un pacto. Uno silencioso, pero rentable. Y es que detrás de cada gesto frío y de cada aparición forzada se esconde una red de privilegios, poder y dinero… mucho dinero.
La relación entre el príncipe y la exnadadora sudafricana estaría completamente rota. Apenas se ven, no comparten residencia fija, y cuando aparecen juntos es por puro compromiso institucional. En privado, Charlene lleva años haciendo su vida, cuidando sus propios negocios, y consolidando una independencia financiera que le permite mantenerse dentro sin estar realmente. Según fuentes del entorno palaciego, su permanencia en el Principado tiene una sola razón: no quiere perder a sus hijos, Jacques y Gabriella. Pero el precio de quedarse ha sido negociado al milímetro.
Los beneficios fiscales, la obsesión de las reinas
Así, la princesa cobra 2,1 millones de euros al año solo por ejercer un rol ceremonial, sin rendir cuentas fiscales, gracias al sistema monegasco. Ni impuestos, ni explicaciones. Su fortuna supera los 110 millones de euros, y hay quien afirma que su riqueza real podría ser mucho mayor si se consideran inversiones discretas en inmuebles y sociedades. La sospecha de que su permanencia al lado del soberano responde a una estrategia fiscal no deja de crecer. En el fondo, todo suena a contrato, no a romance.
Y lo más curioso es que no están solos. Porque mientras Charlene capitaliza su estatus en un paraíso fiscal europeo, Letizia estaría explorando su propio modelo caribeño. Diversos rumores apuntan a que la reina española habría tanteado discretamente oportunidades en República Dominicana, otro destino amable para quienes buscan preservar fortuna y anonimato. ¿Coincidencia?
Así pues, la imagen de familia feliz se derrumba ante la evidencia: hay matrimonios reales que no se sostienen por amor, sino por cálculo. Lo de Alberto y Charlene no es más que un teatro de apariencias, donde el telón no cae porque aún hay demasiado en juego.