Charlene de Mónaco lleva meses sin cuidar de sus hijos
Jacques y Gabriella están cada vez más lejos de su madre
La historia de Charlene de Mónaco y el Príncipe Alberto II siempre ha estado envuelta en sombras. Desde el inicio de su matrimonio, las dificultades se hicieron evidentes, y con el paso del tiempo, las grietas se transformaron en un abismo que ningún gesto público de cordialidad ha logrado disimular. Lo que comenzó como una unión marcada por las expectativas y la presión mediática terminó convirtiéndose en una carga insoportable para la Princesa.
La realidad es que Charlene se ha visto arrastrada a un estado de fragilidad emocional que ha requerido la ayuda constante de ansiolíticos y somníferos. El desgaste ha sido tan extremo que, en más de una ocasión, la salud de la Princesa se vio comprometida hasta el límite, obligándola a ingresar en clínicas especializadas lejos de los focos. Su entorno más cercano confiesa que los momentos críticos fueron más frecuentes de lo que la Casa Grimaldi ha querido reconocer.

Jacques y Gabriella pasan semanas in ver a su madre
Y es que la consecuencia más dolorosa de este proceso ha sido su incapacidad para ejercer como madre con normalidad. Durante largos periodos, Jacques y Gabriella han crecido bajo el cuidado de institutrices y familiares, especialmente de Carolina de Mónaco, la hermana de Alberto, que ha asumido un rol decisivo en la crianza de los pequeños. Este vacío maternal ha dejado una huella en la infancia de los herederos, que han sentido de cerca la ausencia de una madre debilitada por las circunstancias.
De este modo, mientras en los actos oficiales se muestra la fachada de una familia cohesionada, lo cierto es que la Princesa ha estado ausente en instantes clave de la vida de sus hijos. El Palacio intenta proyectar normalidad, pero puertas adentro, la lucha contra la dependencia y la fragilidad emocional de Charlene siguen siendo el secreto peor guardado del principado.
Así pues, aunque su nombre esté ligado al de sus hijos como madre y Princesa, la distancia emocional y física que ha marcado su vida en los últimos años pesa como una herida abierta. Una herida que no cicatriza y que recuerda, día tras día, que en el corazón de Mónaco no todo es brillo, ni lujo, ni felicidad.