Charlene de Mónaco quedó embarazada del Príncipe Alberto sin tener relaciones de cama

A Charlene le produce asco su marido, Alberto II

Charlene de Mónaco quedó embarazada del Príncipe Alberto sin tener relaciones de cama

Catorce años después de aquella boda de cuento que cautivó al mundo, la realidad ha terminado por imponerse. Lo que se vendió como una historia romántica entre Charlène de Mónaco y el príncipe Alberto nunca fue más que un elaborado guion de supervivencia dinástica. No hubo flechazo, ni pasión, ni complicidad. Solo una sucesión de gestos medidos, acuerdos no escritos y una ceremonia celebrada bajo la sombra de una fuga frustrada.

Porque sí, hubo un intento de escape. Fue antes del enlace, y no fue un simple rumor. Charlène llegó al aeropuerto con la intención de huir, pero fue interceptada. Lo que vino después no fue amor, fue resignación. Una luna de miel sin habitaciones compartidas, apariciones públicas repletas de distancia y un silencio que, con los años, se ha vuelto ensordecedor. Todo tenía un objetivo: asegurar la descendencia de los Grimaldi. La presión fue brutal. Según personas cercanas al entorno palaciego, el contrato matrimonial incluía la obligación de tener hijos. Pero lo que hasta ahora se mantenía en la penumbra es la manera en la que llegaron al mundo los mellizos Jacques y Gabriella: no por amor, sino por ciencia.

Monaco

Charlene usó otros métodos para ser madre

La confesión la hizo Christa Mayrhofer-Dukor, prima de Charlène. Los niños nacieron gracias a un tratamiento de fertilización in vitro, tras un aborto espontáneo que dejó a la princesa rota por dentro. Aun así, decidió seguir adelante, sabiendo que no solo se jugaba su salud, sino el futuro de una dinastía. Y todo, según ella, en un ambiente en el que la intimidad con su marido brillaba por su ausencia.

La pregunta, inevitable, golpea con fuerza: ¿por qué fue necesario un tratamiento si ya había habido un embarazo natural? La respuesta no se encuentra en lo clínico, sino en lo emocional. Diversos periodistas especializados apuntan a lo que en el Principado siempre se ha intentado silenciar: la orientación sexual del príncipe Alberto. Fotografías suyas en festivales LGBTQ+, amistades que no encajan en el protocolo y relaciones con mujeres que fueron tan fugaces como estratégicas. Nada parecía auténtico. Ni antes ni ahora.

Hoy, Charlène y Alberto viven separados por más que muros. Son dos desconocidos que representan un papel. Mantienen la fachada por los niños, por el trono, por la tradición. Pero en el fondo, solo queda vacío. Ella, atrapada en un rol que nunca deseó. Él, más ocupado en preservar su imagen que en reconstruir un vínculo roto desde el principio.

Así pues, tras los brillos de los lujos de Mónaco oculta una historia amarga. La de una princesa que nunca dejó de estar triste, y un príncipe que jamás aprendió a amar.