El Príncipe Guillermo y Harry sufren problemas médicos por culpa de Carlos III
Carlos III nunca fue un padre presente
En Buckingham las apariencias se cuidan al milímetro. Pero detrás de las puertas doradas se esconde un pasado que pesa demasiado. Carlos III nunca fue un padre que mereciera ese título. Ni en la infancia de Guillermo, ni en la de Harry. Y menos aún cuando Diana ya no estaba para protegerlos de esa frialdad que marcó su crecimiento. Carlos prefería sus actos públicos, sus viajes y a Camilla antes que estar en casa pendiente de dos hijos que necesitaban un padre.
Durante años, el ahora monarca se limitó a tapar esa ausencia con regalos caros y gestos vacíos que servían para mantener contentos a sus hijos de cara a la prensa. Pero la realidad dentro de palacio era otra. Ni abrazos, ni palabras de aliento, ni preocupación por lo que sentían. No existía la figura del padre y eso dolía, y mucho.

Carlos III no se puede llevar bien con sus hijos
Con el tiempo, la factura de esa infancia rota pasó a cobrarse con intereses. Guillermo y Harry arrastraron heridas que no cicatrizaron, y ambos necesitaron atención psicológica para poder entender el abandono emocional al que fueron sometidos. Porque crecer con resentimiento hacia tu padre mientras el mundo entero lo idolatra como futuro rey no es fácil de soportar.
Harry se cansó. Rompió con todo y tomó la decisión de irse a Estados Unidos con Meghan, poniendo miles de kilómetros de distancia para protegerse de un entorno que le asfixiaba. Mientras tanto, Guillermo se quedó cumpliendo su papel de heredero, soportando el peso de una relación rota con su padre, a quien respeta de cara al público, pero con quien no existe un vínculo real. Carlos III nunca hizo nada para recuperar a sus hijos. Jamás pidió perdón ni intentó acercarse de verdad. Ahora, con la salud jugando en su contra, el monarca ve cómo ese vacío le pasa factura.
Así pues, Buckingham mantiene su fachada de familia unida, pero la realidad siempre se acaba imponiendo. Lo que no se cuida, se rompe. Lo que no se arregla, duele toda la vida. Y Carlos III, con toda su corona, no ha podido evitar perder a sus hijos.