El Prínicpe Alberto de Mónaco lleva años ocultando su adicción

El whiskey es la perdición de Alberto II

El Prínicpe Alberto de Mónaco lleva años ocultando su adicción

El aspecto físico del Príncipe Alberto de Mónaco no deja lugar a dudas: su imagen se ha ido deteriorando con el paso de los años y, sobre todo, con las malas costumbres que lleva arrastrando desde hace tiempo. Porque no solo es cuestión de edad, sino de excesos que el propio Alberto II se ha negado a controlar, a pesar de que su equipo médico lleva años advirtiéndole de que sus hábitos pueden pasarle factura antes de tiempo.

Así pues, lo que muchos en Mónaco susurran en privado es que el Príncipe Alberto mantiene una relación más que complicada con el alcohol. Una relación que, aunque no ha trascendido con la fuerza con la que lo han hecho las adicciones de Charlene, sí preocupa a quienes le rodean. Porque, al igual que su mujer, el soberano de Mónaco no ha sido capaz de frenar ciertas costumbres que lo mantienen enganchado a la botella.

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Alberto II es incapaz de controlarse

Y es que, según fuentes cercanas al entorno del Principado, uno de los mayores problemas de Alberto II es su debilidad por el whiskey. Es su ritual diario, su forma de evadirse cuando los problemas le superan o cuando siente que la presión de ser príncipe se le hace cuesta arriba. Y cuando los días se complican, las copas se multiplican, convirtiendo lo que empezó siendo un “capricho” en una dependencia que cada vez le resulta más difícil de ocultar.

De este modo, el equipo médico que vigila la salud de Alberto ha encendido todas las alarmas en los últimos meses. No solo por el sobrepeso que acarrea, sino por el daño que el consumo diario de alcohol está generando en su salud. Porque, aunque el Príncipe de Mónaco ha intentado en más de una ocasión moderarse, su fuerza de voluntad siempre termina perdiendo la batalla frente a una copa de su licor favorito.

Ante esta situación, el whiskey se ha convertido en la perdición silenciosa de Alberto II, que ya no puede pasar un solo día sin beber de las botellas más caras que guarda en palacio. Y mientras su entorno se preocupa por un deterioro físico cada vez más evidente, él sigue aferrado a ese único placer que, al mismo tiempo, está acelerando el desgaste de un príncipe que no quiere, o no puede, poner freno a su propio veneno.