Empleados de Casa Real no pueden nombrar Juan Carlos I delante de la reina Sofía

El nombre de Juan Carlos I está borrado de la memoria en Zarzuela

Empleados de Casa Real no pueden nombrar Juan Carlos I delante de la reina Sofía

Hace más de seis décadas, Juan Carlos I y la reina Sofía unieron sus vidas en un matrimonio que no nació del amor, sino de la conveniencia. Ella, joven y profundamente religiosa, soñaba con un romance distinto: estaba enamorada de Harald de Noruega, pero ese sentimiento no fue correspondido. Él, por su parte, mantenía una relación con Olghina de Robilant, escritora y plebeya, hasta que don Juan de Borbón intervino para cortar de raíz ese idilio y sellar una alianza entre la dos monarquías. Forzando así, la boda que condenaría a unainfelicidad permanente e la reina Sofía.

La madre de Felipe VI siempre aceptó el compromiso e intentó, con paciencia y entrega, ganarse el corazón de su prometido. Pero el entonces príncipe tenía otros planes. Fiel a su fama, el futuro rey fue siempre hombre de muchas mujeres, y las infidelidades y faltas de respeto a la reina Sofía se convirtieron en un rumor constante que nunca dejó de acompañarles. La convivencia, rota desde hace años, no borró la lealtad de la reina emérita, que siguió preocupándose por el padre de sus hijos, visitándole en el hospital y, en ocasiones, viajando incluso a Abu Dabi para coincidir en actos familiares.

Sofia

Juan Carlos I ha valorado la lealtad de su esposa

La realidad es que Juan Carlos I reconoce esa lealtad. No la quiso como pareja, pero siempre supo que estuvo a su lado en momentos oscuros, como cuando su madre, Federica, cayó en el alcohol y la depresión tras la muerte de un hijo. Quizá por ello la considera heredera de parte de su patrimonio, junto con las infantas Elena y Cristina.

Y es que el presente de la reina emérita está marcado por el dolor. La muerte de su hermano Constantino y la enfermedad de su hermana Irene de Grecia, diagnosticada de Alzheimer avanzado, han dejado una profunda huella en ella. Felipe VI y sus hermanas intentan protegerla, evitando contarle que el rey emérito atraviesa un deterioro físico severo.

Así pues, a sus 87 años —y a punto de cumplirlos también la emérita—, ambos se enfrentan a un ocaso marcado por la fragilidad. Él sufre una artrosis implacable que amenaza con postrarlo en silla de ruedas, aunque su terquedad le impide aceptar la idea. Sofía, entre la tristeza y el desgaste, intenta mantener el porte regio y recto que siempre la ha caracterizado, mientras la familia real guarda silencio sobre lo que, tarde o temprano, tendrá que afrontar.