Jaime de Marichalar, como Iñaki Urdangarin, amenaza con tirar de la manta si no termina la mano negra
Tras años de discreción, Jaime de Marichalar podría tomar cartas en un asunto familiar delicado
Desde su divorcio con la infanta Elena, Jaime de Marichalar ha optado por mantenerse en un segundo plano, alejado de la vorágine mediática que rodea a la familia real española. A diferencia de Iñaki Urdangarin, cuya vida tras el escándalo del caso Nóos ha estado marcada por titulares y compensaciones económicas, Marichalar ha vivido durante años con total discreción en un tríplex de lujo en el barrio de Salamanca, en Madrid. Ni ha buscado atención ni ha reclamado beneficios financieros; su preocupación ha sido siempre preservar la normalidad de sus hijos, Froilán y Victoria Federica, y evitar polémicas que pudieran afectar a la imagen de la corona.
El exduque de Lugo no olvidó que su matrimonio con la infanta Elena fue un vínculo más impuesto por conveniencia que por amor. Juan Carlos I y la reina Sofía veían en él un aristócrata con el linaje adecuado, aunque no la felicidad de su hija. A lo largo de los años, Jaime ha demostrado que no es un hombre de rencores: no filtró secretos ni buscó venganza tras la ruptura, a diferencia de otros miembros del entorno real que han vivido situaciones turbulentas. Su silencio siempre fue una elección consciente, un acto de respeto a la institución y a su propia vida privada.

La mano negra que amenaza la libertad de sus hijos
Sin embargo, la tranquilidad de Marichalar se ha visto amenazada recientemente. Desde hace tiempo percibe movimientos que afectarían directamente a Froilán, aparentemente orquestados desde la Casa Real. El joven fue enviado a Abu Dabi, en lo que Jaime considera un exilio encubierto, para mantenerlo alejado del foco mediático tras ciertos “deslices” que podían perjudicar la imagen de la corona. Lo que en su momento comprendió como una medida necesaria, hoy lo ve como un castigo innecesario, agravado por la imposibilidad de que su hijo regrese a España y continúe sus proyectos profesionales.
A diferencia de Urdangarin, cuya estrategia se centró en acuerdos financieros y silencio, Jaime persigue otra meta: la libertad de sus hijos para vivir sin presiones. Y ha dejado claro que su paciencia tiene un límite. Si no cesan estas maniobras que él considera injustas, no dudará en romper el silencio que ha mantenido durante años. Amigos y allegados aseguran que, de hablar, sus revelaciones podrían resultar impactantes, y no solo para la familia real, sino para quienes creen conocer la historia detrás del discreto exduque de Lugo. Jaime de Marichalar, siempre alejado del protagonismo, parece estar a punto de demostrar que su silencio también tiene un precio.