Jaime de Marichalar mintió a la reina Sofía y Juan Carlos I para contraer matrimonio con la infanta Elena
Un enlace marcado por secretos y tensiones familiares
Jaime de Marichalar no fue del todo sincero con los reyes cuando pidió la mano de la infanta Elena. No era economista, como afirmaba en su currículum oficial, y sus verdaderos intereses parecían estar lejos del amor. Marichalar, que trabajaba en un banco en París, había adornado su perfil profesional para causar buena impresión. Añadió un “de” a su apellido y se presentó como un hombre hecho a medida para la monarquía. La realidad era otra.
La reina Sofía, aunque inicialmente seducida por sus maneras aristocráticas, pronto comenzó a sospechar. Juan Carlos I, más pragmático, nunca terminó de fiarse. A pesar de las dudas, la boda se celebró en Sevilla en 1995. Fue la primera gran boda real en décadas. Pero no todo era lo que parecía. Según contó la infanta Elena en una frase que ahora cobra nuevo sentido, “no ha parado hasta convencerme”. Y convencida o no, se casó.
Un matrimonio destinado al fracaso
Desde el inicio, las diferencias entre los esposos eran evidentes. Doña Elena llevaba una vida discreta, madrugadora y serena. Montaba a caballo al amanecer y cuidaba de sus hijos. Marichalar, por su parte, era un habitual de la noche madrileña, con una agenda social intensa y hábitos que nada tenían que ver con los de su esposa. Llegaba a casa justo cuando la infanta se levantaba.

El matrimonio comenzó a fracturarse. La reina Sofía intentó frenar el divorcio con un “cese temporal de la convivencia”. Era una fórmula ambigua, con la esperanza de que Jaime cambiara. No lo hizo. Doña Elena aguantó incluso después del ictus que sufrió su marido. Lo hizo por respeto. Pero la convivencia era insostenible. Tras dos años separados, firmaron el divorcio en 2009.
Hoy, Marichalar mantiene un perfil bajo, aunque sigue vinculado al mundo del lujo y la moda. La infanta, por su parte, retomó su vida sencilla, arropada por sus amigos de siempre. Lo que queda claro, con el tiempo, es que aquel matrimonio estuvo marcado por una gran mentira. Una que los reyes nunca llegaron a perdonar del todo. Esta historia de engaños y desengaños dejó una huella profunda en la familia real, recordando que no siempre las apariencias reflejan la verdad.