Juan Carlos I está viviendo una etapa complicada. A sus 87 años, su salud se ha deteriorado considerablemente. En marzo, fue intervenido en Ginebra para cambiar las pilas de su marcapasos. Aunque fue una operación sencilla, los médicos aprovecharon para hacerle más pruebas. El resultado no fue nada alentador.
El rey emérito sufre una artrosis severa que afecta especialmente su pierna izquierda, prácticamente inmovilizada. Ha pasado muchas veces por el quirófano, intentando mejorar sus caderas y rodillas. También ha probado tratamientos con células madre, pero sin resultados. El diagnóstico es claro: debe usar silla de ruedas. Para alguien tan orgulloso como él, esto ha sido un golpe duro.
Además, teme morir solo. No quiere más humillaciones públicas ni que se le recuerde en decadencia. Esta preocupación lo ha empujado a tomar decisiones importantes. Su entorno más cercano, especialmente sus hijas Elena y Cristina, están muy pendientes. Felipe VI, aunque más distante, tampoco puede ignorar la gravedad de la situación.

Portugal, el nuevo destino del emérito
El emérito ha comenzado a buscar una nueva residencia. No quiere seguir en Abu Dabi. Está demasiado lejos y cada vez siente más la necesidad de estar cerca de su familia… y de su país.
En las últimas semanas ha visitado Portugal, concretamente Estoril y Cascais, lugares con fuerte significado para él. Allí pasó parte de su infancia durante el exilio de su familia. Vio dos mansiones que podrían convertirse en su nueva casa. Tiene claro que el lugar debe estar completamente adaptado a sus limitaciones físicas.
El traslado no convence del todo a Felipe VI, que prefiere mantenerlo lejos del foco mediático. Sin embargo, las infantas presionan para que su padre viva más cerca. Saben que el final puede estar próximo y quieren acompañarlo.
Juan Carlos I, que siempre se resistió a mostrar debilidad, ha tenido que asumir que ya no puede más. Su salud manda. Y aunque no ha tomado aún una decisión definitiva, todo apunta a que Portugal será su último refugio. Un regreso simbólico, cargado de nostalgia, pero también de necesidad. Un último intento por recuperar algo de dignidad antes de que el tiempo le gane la batalla.