Juan Carlos I se niega a ser enterrado en ninguno de los dos lugares que ha elegido el Gobierno
Zarzuela y el Gobierno le han ofrecido dos alternativas
El paso del tiempo no perdona, y en la vida de Juan Carlos I esa realidad se ha hecho cada vez más evidente. Aquel rey que un día simbolizó carisma y liderazgo, hoy se enfrenta a un cuerpo marcado por las operaciones, las dolencias y el cansancio acumulado de los años. Ha pasado por quirófanos de cadera, rodilla y corazón, y padece artrosis degenerativa, una enfermedad que limita sus movimientos pero que no logra doblegar su férrea voluntad. Desde su exilio en Abu Dabi, el emérito se aferra a terapias y tratamientos modernos que le ayudan a prolongar su vitalidad, aunque sabe bien que la batalla contra la vejez solo tiene un desenlace posible.
Y es que, más allá de la lucha contra su deterioro físico, lo que verdaderamente inquieta al emérito es el destino de sus restos. Consciente de que su despedida marcará un capítulo trascendental en la historia reciente de España, Juan Carlos I ha dejado claras sus condiciones. No quiere aceptar ninguno de los dos lugares que el Gobierno ha puesto sobre la mesa. Ni la Catedral de La Almudena, que se planteaba como un espacio solemne en pleno corazón de Madrid, ni tampoco un recinto habilitado en La Zarzuela, residencia que fue testigo de sus luces y de sus sombras.

Juan Carlos I solo quiere El Escorial
La realidad es que el Monasterio de El Escorial, panteón de los reyes de España, está prácticamente saturado, lo que complica el encaje del emérito en el mismo mausoleo que acogió a sus antepasados. Para él, esa imposibilidad no es un detalle menor: lo considera un agravio a su memoria, una forma de relegarlo al margen de la tradición que acompañó durante siglos a la monarquía. Y si algo tiene claro Juan Carlos, es que no permitirá que su despedida sea recordada como una derrota simbólica.
Mientras tanto, en los círculos políticos y en los pasillos de palacio se discute en silencio qué hacer con el cuerpo del monarca que cambió la historia del país y que después la ensombreció con sus escándalos. El ejemplo del funeral de Isabel II resuena en su mente: grandeza, solemnidad y respeto. Nada que ver con la sobriedad que, según las previsiones oficiales, acompañará su último adiós.
Así pues, Juan Carlos I sigue empeñado en que su entierro refleje no la controversia que empañó sus últimos años, sino la dignidad de quien ocupó el trono de España durante casi cuatro décadas. Y hasta que esa decisión no quede sellada, la incógnita sobre su destino final seguirá siendo uno de los secretos mejor guardados de la Casa Real.