Juan Urdangarin pidió sumas muy altas de dinero por no contar nada
Juan siempre ha estado del lado de su padre
Juan Urdangarin siempre ha sido el gran desconocido de la familia, el que se refugió en el silencio mientras todo a su alrededor se desmoronaba. Su vida nunca estuvo marcada por las portadas ni por romances expuestos, como sí ha ocurrido con sus hermanos. Miguel ya comparte su historia con Olympia, una estudiante venezolana; Irene ha iniciado su camino junto a Juan Urquijo, del círculo familiar; y Pablo mantiene desde hace dos años una relación con Johanna Zott, compañera del Liceo Francés. Él, en cambio, sigue siendo un enigma. Creyente, reservado, tachado de “lobo solitario”, solo se deja ver en ocasiones puntuales: acompañando a su madre en funerales o bodas, siempre con gesto serio, siempre en segundo plano.
La realidad es que fue el que más sufrió el vendaval del caso Nóos. Sus hermanos eran demasiado pequeños para comprender, y a él le tocó cargar con el peso de protegerlos, soportar los insultos, el acoso de las cámaras, los cambios constantes de ciudad y de vida. Primero Barcelona, después Washington, finalmente Ginebra. Demasiado para un adolescente que terminó por marcharse a Reino Unido en busca de calma. En el colegio vivió el rechazo y la burla: lo llamaban “hijo de chorizos” mientras veía cómo su padre, Iñaki Urdangarin, cruzaba la puerta de la prisión. Y fue él quien hizo de padre de sus hermanos, quien les dio el refugio que les faltaba.

Juan estalló contra su abuelo
Y es que en su interior se acumulaba un resentimiento que nunca ha escondido del todo. Juan Urdangarin culpó directamente a Juan Carlos I y a Felipe VI de la caída de su padre. Nunca les perdonó haber permitido que el marido de su madre fuese el peón sacrificado para salvar a la Corona. Creció escuchando a Iñaki repetir que pagaba las culpas de otros, y esa herida jamás se cerró. De ahí que evite los encuentros familiares, que mantenga la distancia con sus propios abuelos y con la institución que, en su visión, destrozó su hogar.
De este modo, él se convirtió en el hijo más combativo en la sombra. Fue quien más presionó a su abuelo Juan Carlos I para que compensara a su padre, para que recibiera una indemnización a cambio de su silencio y de proteger a su madre. Esa exigencia, según diversas fuentes, habría tensado hasta lo imposible la relación con su madre y con el propio emérito. Pero lo logró: se habrían pactado pagos de hasta 25.000 euros mensuales de por vida, además de dos millones de euros en indemnización, entregados discretamente en Ginebra.
Así pues, el primogénito de la infanta Cristina no solo fue el más discreto de los hermanos, sino también el más firme en exigir justicia a su manera. Nunca buscó foco, pero fue él quien movió los hilos que otros callaron. Y esa batalla silenciosa es, quizá, la que mejor define su carácter.