Juan Urdangarin se traslada a Madrid por decisión médica
Juan Urdangarin lo está pasando muy mal en Londres

No todos los apellidos garantizan una vida fácil. Y es que, aunque Juan Urdangarin forma parte de una de las familias más poderosas de Europa, su existencia ha estado marcada por la herida silenciosa del escándalo. A diferencia de sus hermanos, él lo vivió todo de frente. Desde muy pequeño entendió que en su mundo el privilegio también podía doler.
La realidad es que su calvario comenzó el día en que estalló el caso Nóos. Tenía solo 11 años. Y, sin entender del todo lo que ocurría, se vio obligado a cargar con el peso de una vergüenza que no era suya. En Barcelona, fue víctima de acoso escolar. Los hijos de otras élites no le perdonaban lo que sus padres representaban. Tuvo que abandonar el Liceo Francés y desaparecer discretamente. Primero fue Washington, luego Ginebra. Ahora, sobrevive en Londres.Y es que Juan todavía arrastra secuelas. Ha necesitado ayuda psicológica durante años. Diagnósticos clínicos que hablan de aislamiento, agotamiento y ansiedad. Su refugio ha sido siempre el silencio, la fe y los retiros espirituales. Ha pasado semanas enteras en conventos, sin contacto con nadie. Solo así encuentra algo de paz.
Juan busca encontrar la paz
De este modo, ha intentado recomponerse lejos del foco mediático. Pero el entorno británico, tan hostil como impersonal, ha terminado por asfixiarle. El verano pasado estalló una crisis con su compañero de piso, lo que precipitó su regreso temporal a Zarzuela. Allí encontró una tregua. Vio a sus hermanos, descansó, y por primera vez en mucho tiempo, pensó en quedarse. Pero Felipe VI no lo permitió.
Aun así, algo ha cambiado. En los últimos meses, la relación entre el rey y Cristina se ha suavizado. Y eso ha abierto la posibilidad de que Juan vuelva a Madrid. No como un retorno definitivo, sino como una pausa. Los médicos lo recomiendan: necesita desconectar de Londres, reencontrarse con su familia, y si es posible, repetir aquella escapada a Cerdeña, donde en 2023 logró sonreír.
Así pues, Juan Urdangarin pide poco: algo de silencio, un techo seguro, y la oportunidad de recomenzar. Porque hay heridas que solo se curan en casa. Aunque esa casa, a veces, duela más que el exilio.