La infanta Cristina, en tratamiento desde los diez años; su hermana, la infanta Elena, empezó con ocho

Los psicólogos han acompañado a Elena y Cristina desde jóvenes

La infanta Cristina, en tratamiento desde los diez años; su hermana, la infanta Elena, empezó con ocho

Aunque el foco mediático siempre ha girado en torno a Felipe VI, lo cierto es que las verdaderas guardianas silenciosas de la monarquía han sido sus hermanas, la infanta Elena y la infanta Cristina. Ambas crecieron bajo la atenta mirada de sus padres, el rey Juan Carlos I y la reina Sofía, con una misión que nunca se dijo en voz alta, pero que estaba clara: ser un respaldo perfecto, formado y disciplinado, listo para sostener la Corona en caso de que el heredero no pudiera reinar.

Y es que, mucho antes de que la vida les pusiera frente a escándalos, divorcios y titulares implacables, las dos hermanas recibieron un entrenamiento muy distinto al que cualquiera podría imaginar. No se trataba de clases de protocolo ni de lecciones de historia, sino de un tratamiento psicológico intensivo diseñado para moldear su carácter. Elena comenzó con apenas ocho años. Cristina, con diez. La razón era simple: la Casa Real sabía que vivirían siempre bajo escrutinio, y que la fortaleza mental sería tan necesaria como la sangre azul.

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Elena y Cristina aprenden a gestionar emociones

En sesiones discretas, guiadas por psicólogos infantiles de confianza, aprendieron a controlar sus emociones, a no mostrar debilidad en público y a mantener un férreo control sobre su vida privada. La consigna era clara: nunca dar un paso en falso que pudiera empañar la imagen de la institución. El objetivo no era solo protegerlas, sino blindar la monarquía frente a cualquier tormenta mediática.

El tiempo demostró que aquella preparación no fue en vano. Elena soportó un divorcio público y una vida sentimental expuesta sin perder la compostura. Cristina, marcada por el caso Nóos y su ruptura con Iñaki Urdangarin, resistió la presión de ser señalada como la “oveja negra” de los Borbón. Ambas han vivido bajo la sombra de un padre exiliado y una madre que, en silencio, ha sido el pilar más estable de la familia.

Así pues, este dato, oculto durante décadas, cobra hoy una relevancia especial. No solo explica cómo han sobrevivido a las crisis personales y familiares, sino que también revela una estrategia que, según fuentes cercanas, se ha repetido con la princesa Leonor y la infanta Sofía. Porque en la monarquía, el verdadero blindaje no se forja con coronas ni uniformes, sino en la mente.