La infanta Elena fue despreciada por su madre cuando era una niña

Una historia desconocida dentro de los muros de Zarzuela

La infanta Elena fue despreciada por su madre cuando era una niña

La infancia de la infanta Elena no fue como la del resto de niños de su edad. Mientras la reina Sofía centraba su atención en el pequeño Felipe, el futuro rey, y en Cristina, la discreta, Elena fue apartada. La dejaron en manos de terceros. Su propia madre, según testigos cercanos, siempre la consideró una niña “rara”. Jamás supo cómo tratarla.

Fue Sabino Fernández Campo, jefe de la Casa del Rey, quien empezó a llevarla al psicólogo desde muy pequeña. No era Sofía quien se preocupaba. Ella simplemente “pasaba”. En Zarzuela, donde los secretos se acumulan bajo las alfombras, hablar de salud mental era –y sigue siendo– un tabú. Pero Elena necesitaba ayuda. No lo pedía con palabras, lo mostraba con su actitud, con su tristeza constante. La madre, fría y distante, parecía esperar que el psicólogo "la arreglara". No lo hizo. Porque Elena no necesitaba reparación. Necesitaba amor.

El daño silencioso de una familia rota

Elena creció dentro de una familia real que parecía cualquier cosa menos un hogar. Juan Carlos estaba ausente, más centrado en sus amantes y sus negocios turbios que en sus hijos. Sofía, herida por las continuas humillaciones, volcó su dolor en Felipe. Elena quedó al margen. Invisible. El daño psicológico se hizo profundo. Lo arrastró durante años.

Infanta Elena

La periodista Pilar Eyre ha desvelado que fue precisamente Elena quien más sufrió con el drama conyugal de sus padres. Fue ella quien necesitó apoyo psicológico mientras aún era una niña. Lo más duro es que nadie dentro de la familia lo reconoció públicamente. Todo se vivía en secreto, como si fuera vergonzoso. Pero ese silencio también duele.

Hoy, la infanta Elena es una mujer adulta, marcada por su pasado. Le cuesta conectar, le cuesta mostrar emociones. Su entorno dice que su carácter se forjó en la frialdad de Zarzuela, en la distancia de una madre que no supo o no quiso quererla como necesitaba.

El legado emocional del emérito no solo se mide en escándalos y dinero en paraísos fiscales. También está en sus hijos, en su dolor callado. Y en una infanta que solo pedía lo que cualquier niña merece: cariño.