La reina Sofía ha estado sufriendo malos tratos de Juan Carlos I de forma reiterada
Juan Carlos I nunca trató bien a su esposa

Durante décadas, la imagen oficial quiso vender a Juan Carlos I y a la reina Sofía como el matrimonio perfecto: estable, discreto, casi ejemplar. Pero esa postal era una mentira bien construida. Lo cierto es que lo suyo jamás fue una historia de amor, ni de respeto, ni de complicidad. Fue una condena. Y, sobre todo para ella, una condena que se prolongó durante años, envuelta en silencios cómplices y protocolos destinados a esconder una verdad insoportable: Sofía vivió atrapada en un vínculo marcado por el desprecio y, según testigos directos, por la violencia.
No eran habladurías sin fundamento. Lo relató Javier Bleda y lo confirmó, en privado, nada menos que Sabino Fernández Campo, la voz más autorizada en el engranaje de Zarzuela durante décadas. Él presenció escenas tan brutales que, de haberse hecho públicas, habrían hecho tambalear los cimientos de la monarquía. Humillaciones. Insultos. Golpes. Un maltrato sistemático que la reina Sofía soportó en silencio, sin respaldo, ni siquiera de sus propios hijos, que con su indiferencia alimentaron el abuso de Juan Carlos I.
Felipe VI no movió ni un dedo por su madre
Felipe VI tuvo en sus manos la oportunidad de romper con esa herencia de dolor. Pero eligió callar. Callaron también Cristina y Elena. Porque en la Casa Real todo se sacrificaba en nombre de la estabilidad institucional. Incluso la dignidad de una madre. Y por más que se intente justificar, eso deja una herida que no cicatriza: en vez de protegerla, la dejaron sola frente al hombre que la destrozaba día tras día.
No hubo denuncias. No hubo gestos públicos. Solo una orden no escrita: aquí no ha pasado nada. Pero sí pasó. Y sigue vivo en la memoria de quienes conocieron la verdad y decidieron mirar hacia otro lado. Lo que soportó Sofía no se borra con actos oficiales ni con sonrisas estudiadas en recepciones. Fue maltrato. Y fue real.
Así pues, la reina Sofía no solo cargó con la corona. Cargó con la violencia, con la indiferencia de sus hijos y con la obligación de fingir que todo estaba bien. Una vida de apariencias, mientras por dentro se rompía en mil pedazos. Y lo más cruel es que nadie, ni siquiera los suyos, alzó la voz por ella.