La temeridad de Felipe VI conduciendo con su mujer y sus hijas
Un gesto en la reunión familiar reabre dudas sobre prudencia y protocolo
La discreta comida familiar en el Palacio del Pardo por los 50 años de la proclamación de Juan Carlos I dejó una imagen que volvió a encender el debate: Felipe VI conduciendo el Lexus blindado en el que viajaban Letizia, Leonor y Sofía. Un gesto que parece cotidiano, pero que rompe con una tradición básica de las monarquías europeas y plantea dudas sobre si el rey es consciente de sus implicaciones.
La norma no escrita que impide que el jefe del Estado y el heredero viajen juntos no es un formalismo, sino una medida de protección institucional. Un accidente podría borrar de golpe la línea sucesoria y dejar a la Corona en manos de la infanta Elena y, después, de Froilán. Aun así, Felipe volvió a ponerse al volante, confiando quizá en la seguridad del blindaje, pero alejándose del rigor que exige su responsabilidad.
El protocolo ignorado: cuando la seguridad es una cuestión de Estado
España, como muchas monarquías consolidadas, aplica una estricta separación en los viajes oficiales por aire: Felipe y Leonor no vuelan juntos, igual que antes no lo hacían Carlos y Guillermo en el Reino Unido. Sin embargo, en tierra la práctica parece relajarse hasta el punto de desdibujar límites fundamentales. Los especialistas en seguridad consideran incomprensible que el rey conduzca personalmente un vehículo en el que viajan tres eslabones clave de la sucesión.

No se trata solo de evitar riesgos, sino de preservar la estabilidad institucional. Que Felipe VI ignore esta práctica plantea preguntas incómodas: ¿se subestima el riesgo?, ¿falla la coordinación entre seguridad y protocolo?, ¿o simplemente se permite al monarca actuar según preferencias personales?
Una escena que evidencia las contradicciones de la Corona
La reunión familiar, marcada por el regreso fugaz de Juan Carlos, relegado casi al papel de invitado incómodo, pretendía ser una celebración íntima del linaje. Sin embargo, terminó revelando otra faceta del presente de la monarquía: la dificultad para equilibrar cercanía y responsabilidad. Felipe VI quiere mostrarse como un padre normal que conduce su coche, pero su papel no le permite ciertos gestos. En una institución que vive bajo constante escrutinio, la temeridad no es solo una acción aislada: es un recordatorio de que la Corona aún debe ajustar sus hábitos a las exigencias de un siglo donde cada detalle cuenta.