Los empleados de Buckingham están hartos de Kate Middleton
La Princesa de Gales necesita que todo sea perfecto

Detrás de la sonrisa impecable y la elegancia calculada de Kate Middleton se esconde una realidad que pocos imaginan. La princesa de Gales, símbolo de serenidad y perfección para millones, vive en un mundo mucho más complejo y exigente del que proyecta al público. Y es que, lejos de la imagen de mujer cercana y accesible que cautiva a los británicos, hay una faceta mucho más estricta que ha provocado tensiones dentro de Palacio.
En cada acto, Kate exhibe un porte amable, un gesto medido, una palabra siempre oportuna. Ese control absoluto de su imagen le ha permitido consolidarse como una de las figuras más admiradas de la Casa Real británica. Pero quienes trabajan a su lado saben que el margen para el error es prácticamente inexistente. Fuentes del círculo interno aseguran que la princesa es perfeccionista hasta el extremo, controladora en cada detalle y poco tolerante con cualquier desviación de lo que considera correcto.
Kate es muy exigente con los demás
De este modo, esa capacidad casi camaleónica para adaptarse a las rígidas normas de la realeza, que tanto la diferencia de figuras como Meghan Markle, se convierte también en un arma de doble filo. La perfección que exige a los demás, la presión constante y su habilidad para imponer su voluntad habrían generado incomodidad entre el personal. Y aunque su inteligencia estratégica para manejar la opinión pública es indiscutible, no todos en Palacio se sienten cómodos con la atmósfera que se respira en su entorno más próximo.
La realidad es que Kate Middleton ha logrado blindar su reputación con una disciplina férrea, ganándose el respeto de muchos dentro y fuera de la institución. Pero esa misma disciplina ha levantado muros invisibles con quienes conviven día a día con ella. Preparativos para eventos familiares o compromisos oficiales se convierten en un ejercicio de presión máxima, en el que todo debe encajar a la perfección, sin importar el desgaste que suponga para los demás.
Así pues, mientras las cámaras muestran a una princesa de Gales radiante y carismática, tras los muros de Palacio se dibuja otro escenario: uno donde la tensión, la rigidez y el perfeccionismo marcan la pauta. Un mundo en el que la perfección pública tiene un precio privado que pocos estarían dispuestos a pagar.