Meghan Markle y el Príncipe Harry han acabado muy mal con su único aliado en Montecito
Los Duques de Sussex se plantean volver, ante la soledad de Estados Unidos

En Montecito, el silencio se ha vuelto espeso y el brillo de la imagen perfecta se ha desvanecido. La marcha inesperada de Doria Ragland, madre de Meghan Markle, ha dejado al descubierto que la paz en la mansión de los Sussex era más fachada que realidad. Sin declaraciones oficiales, pero con señales imposibles de ocultar, el adiós ha sido definitivo. Y quienes han presenciado la escena aseguran que las lágrimas de Meghan no eran por nostalgia… sino por agotamiento emocional.
La convivencia, que en sus inicios parecía un refugio familiar, se había convertido en un laberinto de rutinas, discusiones y silencios tensos. Durante más de un año y medio, Doria asumió el papel de cuidadora principal de Archie y Lilibet, mientras Meghan y Harry trataban de relanzar unas carreras mediáticas cada vez más inestables. Fuentes próximas a la familia afirman que la presión y la sensación de estar “trabajando sin descanso” acabaron minando la paciencia de una madre que había llegado con la intención de aportar calma… y terminó sintiéndose prisionera.
Una ruptura hecha a fuego lento
La relación entre madre e hija se deterioró de forma progresiva. Meghan, aún marcada por la batalla mediática contra la prensa británica y su distanciamiento irreversible de la Casa Real, descargaba sobre Doria la tensión de su día a día. Las discusiones, dicen, eran habituales; los reproches, inevitables. Cuando Doria anunció que se marchaba, Meghan trató de convencerla con súplicas, pero la decisión ya estaba tomada. Aquella puerta que se cerró no solo marcó el final de una convivencia: selló una grieta que llevaba tiempo formándose.
Para Harry, la partida ha sido un golpe devastador. Siempre consideró a Doria un apoyo incondicional, alguien que entendía sus heridas y su desencanto con la realeza. Sin embargo, ni ese vínculo fue suficiente para que se quedara. Ahora, la pareja afronta sola un panorama lleno de sombras: acuerdos comerciales cancelados, proyectos creativos que no despegan y un matrimonio que, según algunos allegados, ya no es el refugio que parecía.
Así pues, cuando incluso la figura más amorosa y conciliadora decide marcharse sin mirar atrás, el mensaje es claro: el cuento de Montecito se está agrietando, y lo que antes se vendía como un castillo de ensueño empieza a parecerse demasiado a un escenario de ruinas emocionales.