Pablo Urdangarin está harto de la falta de educación de Leonor y Sofía
Cuando llegan Sofía y Leonor, los demás pasan a un segundo plano

La realidad es que Pablo Urdangarin siempre se ha caracterizado por su discreción y respeto hacia todos los miembros de la familia real, pero ha tomado una decisión firme: este verano no pisará Marivent. No es un capricho, ni un gesto calculado para llamar la atención. Es, sencillamente, la consecuencia de años soportando lo mismo: cuando Leonor y Sofía llegan al palacio, todos los demás deben marcharse. Y para Pablo, y para Johanna Zott, su pareja, eso es una falta de educación que ya no está dispuesto a tolerar.
Y es que, lejos de los flashes y las sonrisas impostadas, en Marivent también hay jerarquías no escritas que pesan como plomo. A Pablo le ha tocado demasiadas veces el papel de “segundo plato” y, aunque ha aguantado con paciencia, este año ha decidido cambiar las reglas del juego. No será el único. Hay otros miembros de la familia que tampoco ven con buenos ojos ese protocolo tácito que obliga a vaciar la casa real de Mallorca cuando llegan las hijas de Felipe VI y Letizia.
Pablo busca un destino más agradable
De este modo, el nieto de la reina Sofía pasará el verano en otros escenarios más tranquilos. Bidart, con su brisa atlántica y sus veranos familiares, volverá a ser su refugio. Allí, junto a su madre, la infanta Cristina, y sus hermanos, podrá vivir a su ritmo, sin la presión de las agendas oficiales ni la incomodidad de sentirse invitado de paso en lo que también es, en parte, su casa.
La realidad es que esta ausencia no es un portazo, sino un mensaje silencioso. Pablo quiere paz, no protagonismo. Pero su gesto, inevitablemente, deja entrever las grietas de una familia que intenta proyectar unidad mientras en privado se acumulan desencuentros. Y aunque mantiene intacto el cariño por su abuela, con la que podría coincidir en otro lugar y momento, el mensaje es claro: en Marivent, con Leonor y Sofía presentes, él no estará.
Así pues, este verano en Mallorca tendrá menos sonrisas para la foto y más silencios que nunca. Porque cuando alguien como Pablo Urdangarin, siempre prudente y conciliador, decide apartarse, no es por capricho: es porque está cansado de ser tratado como un invitado incómodo en su propia familia.