Verano negro en Zarzuela: la infanta Elena y Cristina rotas por el dolor de la madre: “Se muere”
El empeoramiento de Irene de Grecia deja muy tocada a la familia real
El verano en Zarzuela ha terminado sin la luz ni las sonrisas que solían acompañar a la familia real. No ha habido escenas de complicidad ni reuniones relajadas. Lo que se ha vivido entre sus muros ha sido un tiempo oscuro marcado por la angustia y el silencio. El motivo es devastador: la princesa Irene de Grecia, la inseparable hermana de la reina Sofía, se muere.
A sus 86 años, Irene atraviesa la fase más cruel del Alzhéimer. Ya no recuerda. Ya no habla. Su mirada se pierde sin reconocer rostros. Su mente se apaga lentamente, consumida por una enfermedad implacable que ha convertido el presente en un desierto. En Zarzuela no hay comunicados, pero sí un murmullo que hiela la sangre: “Se muere”. Los médicos no le dan más de un año, y cada día es un pulso contra el olvido.

Irene de Grecia, el apoyo incondicional de Sofía
Para Sofía, Irene ha sido mucho más que una hermana. Ha sido su refugio y su confidente en los días grises, su cómplice en la soledad y en las humillaciones silenciosas. La mujer discreta que nunca la dejó caer. Por eso la reina ha tomado una decisión firme: no quiere separarse de ella. Ha pedido a su hijo, el rey Felipe VI, autorización para permanecer en Grecia todo el tiempo necesario. Allí quiere acompañarla hasta el final, en la tierra que las vio nacer, junto al mar Egeo que forma parte de sus recuerdos más íntimos.
La reina incluso contempla que ese viaje sea un retiro definitivo. Un adiós silencioso a la vida pública, lejos de los protocolos y los flashes, refugiada en la memoria que aún guarda y en el amor hacia la hermana que se va. Un gesto que la define como madre, como hermana y como mujer rota por el dolor. Este drama ha golpeado de lleno también a sus hijos. Las infantas Elena y Cristina, junto al rey Felipe, sienten cómo la figura entrañable de Irene se apaga. Fue para ellos una segunda madre, una aliada en los juegos de infancia, una presencia firme y cariñosa en los días difíciles. Verla así los destroza. Pero más duro aún es contemplar la tristeza de su madre.
Así pues, este verano ha dejado en Zarzuela un vacío imposible de llenar. El final de agosto trae consigo la certeza de que septiembre será aún más duro: la “tía Pecu” se muere, y con ella se va una parte irremplazable de la vida de los Borbón.