El personal de Juan Carlos I firma cláusulas de confidencialidad que protegen sus pérdidas de memoria

Discreción total en el entorno del emérito ante el avance de sus problemas de salud

El personal de Juan Carlos I firma cláusulas de confidencialidad que protegen sus pérdidas de memoria

En los últimos meses, el estado de salud del rey emérito Juan Carlos I ha despertado inquietud en su entorno más cercano. Cumplió 87 años en enero y, aunque durante décadas pareció indestructible, ahora afronta una etapa de gran fragilidad. A sus problemas crónicos de movilidad, tras múltiples operaciones de cadera y rodillas, se suman signos cada vez más claros de deterioro cognitivo.

Diferentes fuentes hablan de episodios frecuentes de lapsus de memoria. Se repiten escenas en las que olvida nombres familiares o cuenta varias veces la misma historia. Un deterioro que no ha pasado desapercibido para sus hijos, especialmente para las infantas Elena y Cristina, quienes ya habrían expresado a Felipe VI su deseo de tenerle más cerca, en España, tras cinco años de exilio en Abu Dabi.

Aunque oficialmente no se ha confirmado un diagnóstico de demencia senil, voces como la del periodista José Antonio Zarzalejos ya advirtieron en 2021 de una “leve incapacidad cognitiva” y una relación confusa del emérito con la realidad. Desde entonces, la situación podría haber avanzado significativamente.

Juan Carlos I

Cláusulas de silencio para proteger su imagen

Ante este contexto delicado, ha salido a la luz una medida polémica: parte del personal que trabaja con Juan Carlos I habría firmado cláusulas de confidencialidad estrictas. El objetivo es claro: evitar filtraciones sobre su estado mental actual.

Estos documentos blindan cualquier información sobre su día a día, sus descuidos o comportamientos que puedan evidenciar el deterioro. La Casa Real, que se esfuerza por mantener una imagen institucional sólida, teme que cualquier desliz acabe alimentando titulares incómodos o incluso dañando el legado del emérito.

Juan Carlos siempre ha sido un personaje poderoso, acostumbrado a mantener el control. Pero la vejez, como la muerte, no se compra. Su miedo al final, dicen quienes le conocen bien, es cada vez más visible. Por eso, se refugia en su círculo más íntimo, en una burbuja protectora que ahora también se refuerza legalmente.

Si algo queda claro es que su salud ya no es solo un asunto personal, sino una cuestión de Estado que la familia intenta manejar con sigilo. Aunque, tarde o temprano, la realidad terminará por imponerse.