El Príncipe Guillermo impone la ley seca en Buckingham y acaba con el alcohol de Carlos III y Camilla
Carlos III y Camilla ya no pueden mantener sus vicios

La salud del rey Carlos III y de Camilla Parker Bowles atraviesa uno de sus momentos más delicados. Mientras el monarca sigue lidiando con un cáncer de pulmón que se resiste a remitir del todo, su esposa afronta una infección torácica persistente que la mantiene fatigada y con constantes recaídas. Pero hay un enemigo silencioso que nadie esperaba y que está complicando aún más el camino de su recuperación: el alcohol.
Y es que, sin llegar a hablar de adicciones, lo cierto es que ni Carlos ni Camilla han ocultado nunca su aprecio por la buena bebida. El whisky escocés de reserva ha sido durante décadas uno de los placeres habituales del Rey. Y en el caso de Camilla, su pasión por el vino —que ha cultivado incluso en actos oficiales— forma parte de su identidad. Pero todo eso se acabó.
El Príncipe Guillermo, obligado a intervenir
El príncipe Guillermo ha dado un paso al frente. Fuentes cercanas aseguran que el heredero ha ordenado restringir por completo la entrada de alcohol en las residencias de sus padres. Bajo su estricta supervisión, ni una sola botella puede cruzar el umbral sin su conocimiento. Ni cenas con vino, ni brindis improvisados, ni copas por cortesía. Salvo eventos puntuales, el alcohol queda fuera. Porque ahora, más que nunca, la prioridad es la salud.
Y es que la preocupación de Guillermo no es caprichosa. Los médicos han sido claros: seguir bebiendo —aunque sea de forma moderada— compromete seriamente la efectividad de los tratamientos de Carlos y agrava la situación respiratoria de Camilla. Ella, en particular, lo está viviendo con enorme dificultad. Pasar del ritual diario de la copa de vino a la abstinencia forzosa está siendo un cambio radical. Pero la orden es firme.La realidad es que nadie más dentro de la familia había hecho sonar las alarmas. Ni Harry, ni los asesores más cercanos. Solo Guillermo ha tomado cartas en el asunto. Porque entiende que el bienestar de sus padres no puede estar condicionado por viejos hábitos ni pequeñas indulgencias. El tiempo exige decisiones duras.
Así pues, la ley seca ha llegado a palacio. Y no por moralismo, sino por supervivencia. Guillermo quiere a sus padres vivos. Y está dispuesto a hacer lo que sea necesario para que así sea.