Juan Urdangarin prácticamente no se habla con su abuelo, Juan Carlos I
El emérito no tuvo una buena actitud con Iñaki Urdangarin

No todos los lazos de sangre sobreviven al paso del tiempo. Y es que, por mucho que Juan Carlos I se empeñe en mostrarse como un abuelo atento y generoso, hay heridas que ni el dinero logra cerrar. A día de hoy, sigue enviando 10.000 euros mensuales a cada uno de sus nietos para costear estudios y caprichos. A todos… menos a Leonor y Sofía, que dependen únicamente de Felipe VI. Pero ni esas cifras astronómicas han sido suficientes para recomponer la relación con Juan Urdangarin.
La realidad es que Juan, hijo de la infanta Cristina e Iñaki Urdangarin, no olvida. Cuando estalló el caso Nóos, Juan Carlos todavía reinaba y la presión pública sobre la Casa Real era insoportable. En ese momento, tomó una decisión que marcaría para siempre a la familia: salvar a su hija de la cárcel, una condena que habría sido letal para la institución, y dejar que todo el peso recayera sobre su yerno. Iñaki fue el peón sacrificado para proteger a los Borbones.
Juan Urdangarin castiga a su abuelo
El pacto era claro: silencio absoluto a cambio de una vida de lujo. Pero, al salir de prisión, las promesas se habían evaporado. El dinero no llegaba, y el olvido dolía. Para los hijos de Iñaki, aquello fue una doble condena: un padre encarcelado y un apellido manchado. Por eso, Juan decidió rebelarse. Se enfrentó a su abuelo y le exigió que cumpliera su palabra.
Fue entonces cuando Juan Carlos aceptó reunirse con Iñaki. Negociaron. El exduque de Palma renunció a un libro explosivo en el que planeaba revelar secretos de Zarzuela. A cambio, recibió dos millones de euros y una renta mensual de 25.000 euros para el resto de su vida, todo procedente de discretas cuentas en Suiza. Hoy, Iñaki vive como un millonario, sin trabajar y protegido por lo que sabe. Juan Carlos paga en silencio. Y lo más insólito aún está por llegar: cuando el emérito falte, será la infanta Cristina —su propia hija— quien deberá mantener esos pagos.
Así pues, en esta familia no existe perdón sin deuda. El precio del silencio se hereda, como si fuera el título más preciado de la corona.