La infanta Elena, humillada por Letizia, también Cristina, en un rincón de la mesa con su padre, Juan Carlos I
Un almuerzo histórico que expone tensiones y distancias dentro de la familia real
La Casa Real ultima los preparativos del almuerzo por el 50º aniversario de la proclamación de Juan Carlos I, un acto que, inevitablemente, ha despertado más expectativas por los reencuentros familiares que por el propio motivo de la celebración. Será la primera vez en mucho tiempo que los Borbones coincidan al completo en un contexto institucional, y este detalle ha desatado todo tipo de teorías sobre cómo se gestionará la convivencia entre quienes llevan años alejados del foco… y también unos de otros.
Según apuntan comentaristas especializados, entre ellos la periodista y escritora Pilar Eyre, la clave para entender la organización del evento está en la lista de invitados y, sobre todo, en la distribución de los asientos. Eyre sostiene que la estrategia sería clara: cuanto más grande sea la mesa, menos forzadas serán las interacciones, especialmente las que implican a don Juan Carlos.
La idea, dicen, es “diluir” su presencia en un mar de familiares y amigos cercanos, evitando así que se convierta en el eje central de la jornada. Pero, paradójicamente, señalarían que esta maniobra podría provocar el efecto contrario: el famoso “elefante en la habitación”, visible para todos pero del que nadie quiere hablar. Y es precisamente aquí donde entra en juego la posición de sus hijas.

Juan Carlos I y sus hijas, apartados en un extremo para evitar miradas incómodas
Diversas voces apuntan a que la reina Letizia y el rey Felipe VI evitarán situarse cerca de Juan Carlos I durante el banquete. No sería un desplante directo, sino una forma discreta de mantener los equilibrios institucionales y las distancias ya conocidas entre las diferentes ramas de la familia.
Por ello, se comenta que las infantas Elena y Cristina acompañarán a su padre en un extremo de la mesa, un rincón casi simbólico que, según interpretan algunos analistas, podría leerse como un gesto de relegación. No tendría tanto que ver con preferencias personales como con la necesidad de controlar las imágenes y la narrativa de un acto que se seguirá con lupa.
Para algunos observadores, esta ubicación resulta casi humillante, especialmente para Elena, históricamente la más cercana a su padre. Para otros, simplemente es el precio de mantener la armonía durante unas horas de convivencia obligada. En cualquier caso, el almuerzo promete convertirse en una fotografía para la historia: una familia reunida, físicamente cercana, pero emocionalmente llena de distancias invisibles.